RETRATO DE MI GATO

Conan, que así se llamaba mi gato, llegó a casa dentro de una caja de zapatos, chiquitín y en un estado lastimoso. Se recuperó, creció y se puso tan fuerte como un vikingo, hasta el punto de que todas las visitas exclamaban al verlo, ¡vaya gato!, y él se dejaba ver y acariciar consciente de la admiración que provocaba. Sabía atraerse las simpatías de la gente porque era sociable, educado, con un refinamiento natural y un "saber estar" que ya quisieran muchos humanos. Todo un señor.

Sé que nadie me va a creer si digo que mi gato me hablaba, pero es verdad. No tuvo dudas al adoptar a un miembro de la familia, lo hizo desde el primer momento en que me vio. En los veintitrés años que estuvo con nosotros, edad que pocos gatos alcanzan, fuimos los mejores amigos. Los vivió felices, eso sí, hasta que hace dos años decidió marcharse a explorar espacios más sutiles. Aquí se le puede ver investigando unas lilas blancas, (se encargaba de supervisar todo lo que llegaba a casa).

Me debía a mí misma un retrato suyo, deseaba hacerlo suelto, con solo lo esencial, pero sus rasgos han ido ganándome el terreno y no me ha sido posible insinuarlos solamente, de modo que vendrán más retratos, ya que este no ha quedado como me hubiese gustado.